Lucia Delbene- CLAES.- El ecofeminismo está en todas partes en América
Latina. Seamos capaces de reconocerlo o no, existe una estrecha relación entre
los problemas ambientales y las asimetrías de género.
Si utilizamos una definición amplia, los ecofeminismos
son un conjunto de miradas, reflexiones y prácticas que abordan la dominación
que opera simultáneamente sobre mujeres y la Naturaleza. La relevancia de esa
mirada ya es evidente desde las comunidades locales.
En efecto, se ha visto que en algunos sitios las
mujeres reaccionan de manera distinta que los hombres cuando los ambientes
donde viven se ven contaminados o amenazados. Una lideresa indígena, en
Bolivia, pocos meses atrás señalaba que las mujeres son las que “sienten que
la contaminación nos entra por todos lados, sobre todo cuando estamos
gestando.” O sea, que sienten y perciben a esos contaminantes invadiendo
sus propios cuerpos. En cambio, agregaba la lideresa boliviana, los “hombres
llegan sucios de la mina y se bañan y ya está”. Nosotras sabemos que la contaminación no se limpia con un baño, ésta se mete y se integra a nuestro cuerpo, a las moléculas que sintetizamos, a las nuevas vidas que generamos.
llegan sucios de la mina y se bañan y ya está”. Nosotras sabemos que la contaminación no se limpia con un baño, ésta se mete y se integra a nuestro cuerpo, a las moléculas que sintetizamos, a las nuevas vidas que generamos.
Estos tipos de testimonios son impactantes. En ellos
están por un lado, ideas de conexión, entendiendo que el ambiente nos afecta y
nosotros afectamos al ambiente. No somos entes independientes e intocables
separados del resto del mundo, separados por nuestra piel, como si ella fuese
una muralla. Por otro lado, en esas posiciones queda claro que las mujeres
somos receptoras y dadoras de vida. Nuestro cuerpo genera conexiones y espacios
para albergar y nutrir a nuevas vidas. Este tipo de vínculos provoca una
conciencia de conectividad que es bidireccional y que genera un sentir de
responsabilidad. Responsabilidad por lo que comemos y bebemos, por el ambiente
en el que vivimos, por nuestro cuerpo, y por muchos otros factores que directa
o indirectamente nos afectan como dadoras de vida. Finalmente, también debe
reconocerse un sentido de vulnerabilidad, al aceptarse que no se tiene un
control completo. Todo esto hace diferencias sustanciales con la impostura
patriarcal, que la concibe como una debilidad negativa.
Los ecofeminismos abordan este tipo de cuestiones.
Algunas corrientes sostienen que las sociedades actuales, en su gran mayoría,
se insertan en estructuras patriarcales, jerárquicas, bajo relaciones de
dominación que afectan tanto a las mujeres como a la Naturaleza. Así como se
domina a las mujeres, también hay una imposición sobre la Naturaleza. Es más,
se desvaloriza y suprime todo aquello que es concebido como femenino o con
características femeninas. Otras ecofeministas, en cambio, le dan más
trascendencia a la construcción occidental de una cultura basada en dualismos.
Es decir, pares de conceptos que son considerados histórica y culturalmente como
opuestos (más que complementarios) y exclusivos (más que inclusivos) y que
además están jerarquizados, donde uno es mejor o superior al otro. Ejemplos
clásicos serían los dualismos sociedad/Naturaleza, hombre/mujer o
razón/emoción.
En otras palabras, todo lo que histórica o
culturalmente se asocie con la Naturaleza, el cuerpo, la emoción y la mujer es
entendido cómo inferior, débil, vulnerable, más “animal”; mientras que, lo que
se refiere a la mente, la razón y el varón, es conceptualizado como superior,
objetivo y racional, incluso más humano. Es así que la opresión de las mujeres
y la crisis ecológica son explicadas por muchas autoras ecofeministas como
originadas de estas dicotomías sobre cuya base se generan los conceptos de
“mujer” y de “Naturaleza”. Allí están ancladas las posturas utilitaristas que
justifican desmembrar la Naturaleza, o la obsesión economicista con aprovechar
el entorno para asegurar el crecimiento económico. Son posturas que
por cierto
no son exclusivas de varones, sino que en la actualidad también defienden
muchas mujeres.
Cuando se entiende esto, queda en claro que aquel
reconocimiento de la vulnerabilidad está muy lejos de ser una debilidad, sino
que es una de las fortalezas más importantes desde una mirada de género, ya que
deviene de una conciencia real de nuestra profunda interdependencia con la
Naturaleza.
En esa línea, otro testimonio de una lideresa indígena
aporta más precisiones: “la mujer comparte con la Madre Tierra el dar vida.
La Madre Tierra es una gran familia de la que nos vemos como parte y donde
todos cumplen una función. Había un equilibrio, pero ya no lo hay. Por eso es
necesaria la mujer y que tomamos el rol que tomamos”. Ese tipo de
perspectiva, concibiendo a la Naturaleza como parte de la propia familia, es
común en muchos otros sitios. Allí está, a mi modo de ver, una de las razones
por las cuales muchas veces son las mujeres las primeras en reaccionar, en
colocarse en primera línea en la lucha contra emprendimientos depredadores. Es
una postura que también, explica su fortaleza y consistencia en mantener las
luchas en el tiempo y no ceder ante tentaciones económicas. Las mujeres no
negocian. Resisten. Saben que la compensación económica no limpia ni sus
cuerpos ni sus ambientes.
Es que esos y otros ejemplos muestran que las mujeres
no están atrapadas en el utilitarismo frente a la Naturaleza. Tienen claro que
una compensación, por ejemplo económica, no restituye los ambientes destruidos
ni significa sanar la salud. No caen en las tentaciones de las prácticas usadas
por empresas y gobiernos de usar alguna compensación para obtener el permiso de
las comunidades para la extracción de recursos naturales de sus territorios.
Afirman una y otra vez que el propio cuerpo, la familia, la comunidad o la
Naturaleza, están todos profundamente conectados, y a ello no se le puede poner
un precio.
Estas y otras posiciones se discuten en la revisión
“Género, ecología y sustentabilidad”, con el ánimo de fortalecer la mirada
propia y privilegiada de muchas mujeres sobre la Naturaleza, lo que nos
convierte en jugadoras claves en procesos de cambio. Sin dudas que esta no es
una tarea exclusiva para las mujeres, y es por ello importante que los varones
nos acompañen, pero también es hora de reconocer las voces y liderazgos
femeninos que, bajo valoraciones patriarcales, son sistemáticamente ignorados.
Los ecofeminismos no se encandilan con discursos
desarrollistas, sean éstos propuestos por varones o mujeres, y brindan muchas
opciones para pensar y analizar estas cuestiones. Son abordajes que van hacia
las raíces de los problemas y que no actúan solamente sobre las consecuencias
que éstos generan. Son posturas indispensables para un nuevo activismo que debe
enfrentar una grave crisis social y ambiental.
- Lucía Delbena-Lezama es investigadora en el
Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), en Montevideo. El documento
“Género, ecología y sustentabilidad” se puede descargar aquí: http://www.alainet.org/es/file/2763/download?token=6L9k5T4G
http://www.alainet.org/es/articulo/171668
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