Revista Nueva Colombia Nº130
Emilce Ferrer nunca
se imaginó las consecuencias que traería a su tierra el proyecto
hidroeléctrico del río Sogamoso, en Santander. Como la vida de tantas
familias de pescadores, la suya y la de sus seres queridos dependía del
río que fue represado por Isagén.
Las operaciones provocaron un ecocidio de enormes
proporciones y destruyeron formas tradicionales de producción en la
región. La construcción de la represa involucró la llegada de miles de
forasteros. Aumentó la prostitución en la zona y se disparó el índice de
embarazos a temprana edad.
En marzo, Emilce marchó hasta la capital del
departamento junto a otras personas para exigir una respuesta de la
gobernación frente a las exigencias de tantas familias afectadas por el
proyecto. Entre ellas están las de quienes han debido desplazarse de su
tierra por causa de la contaminación y la pobreza. La movilización fue
criminalizada cuando en el mes de junio, a falta de respuestas por parte
del gobierno departamental, algunos de los manifestantes se encadenaron
a la entrada del Palacio Amarillo. La policía intentó desalojarlos y se
produjo un altercado. La visibilización del hecho y de las exigencias
de los manifestantes ante la opinión pública llevó a que la gobernación
convocara una reunión entre Isagén y los representantes de las familias
afectadas. Han pasado ya varios meses y no existe un acuerdo que
garantice a las familias una reparación integral frente al daño que han
sufrido.
Una carga agregada
“El río ya no nos lo pueden devolver”, señala Emilce.
Como integrante del Movimiento Colombiano Ríos Vivos participó en el
Encuentro Nacional de Mujeres defensoras de la vida frente al
extractivismo. Organizado por Cenat Agua Viva y el Fondo de Acción
Urgente para América Latina y el Caribe, el evento se llevó a cabo entre
el 18 y 20 de agosto. Más de 50 mujeres de todo el país y varias
invitadas internacionales se reunieron en Fusagasugá para conversar en
torno a los impactos del modelo extractivo en la vida y los cuerpos de
las mujeres y para construir propuestas conjuntas de cara a la defensa
de territorial.
Según la hondureña Berta Isabel Cáceres,
del Pueblo lenca, integrante del Consejo Cívico de Organizaciones
Populares e Indígenas (COPINH), el cuerpo es un lugar sagrado, de
autodeterminación. La lucha por el territorio empieza por la defensa de
este primer lugar de decisión de donde brota la vida. La dictadura de
los grandes capitales sumada a la cultura patriarcal que determina la
política hace que el cuerpo de la mujer sea un objeto de agresión, un
territorio en disputa. En muchos lugares del mundo, las mujeres lideran
los procesos de defensa de sus regiones frente al peligro que
representan los intereses transnacionales. Son también ellas las
principales víctimas de persecuciones, amenazas, acosos sexuales y
hostigamientos, como expresión de un patrón cultural misógino.
Hay, pues, una afectación diferencial para las mujeres
en el contexto del crecimiento del extractivismo en América Latina. El
hecho de que, por ejemplo, tengan agua contaminada o haya escases debido
a que una empresa está utilizando millones de litros al día las afecta
de forma particular, porque al final son ellas quienes tienen que estar
pendientes de la alimentación y de la calidad de los suelos que
cultivan. “Esto implica una carga agregada para las mujeres”, reitera Ángela Cuenca,
integrante del Colectivo Casa de Bolivia y de la Red Latinoamericana de
Mujeres Defensoras de Derecho Sociales y Ambientales. “Tienen que
recorrer grandes distancias en busca de agua, tienen que garantizar la
soberanía alimentaria en sus zonas; el hecho de
que los suelos estén contaminados también implica que se va a afectar su forma de trabajo”. A lo anterior se añade un impacto más grave aún: “cuando ingresa alguna actividad minera a una zona siempre hay gente de otros lugares y se producen acosos y muchos casos de violaciones hacia las mujeres”.
que los suelos estén contaminados también implica que se va a afectar su forma de trabajo”. A lo anterior se añade un impacto más grave aún: “cuando ingresa alguna actividad minera a una zona siempre hay gente de otros lugares y se producen acosos y muchos casos de violaciones hacia las mujeres”.
“Si nos tocan la tierra nos tocan la sangre, si nos
tocan la sangre nos tocan la tierra”. He ahí la importancia del lema del
encuentro, una consigna de las feministas comunitarias de Xalapán,
Guatemala, compartida por Lorena Cabnal.
Una participación amplia
El encuentro permitió compartir realidades y expresar
solidaridad e indignación frente a los casos de impunidad que se
presentan en Colombia y en otros países. “Salimos bastantes fortalecidas
y con una idea de seguirnos apoyando; de compartir información, pero
también de estar vigilantes de lo que pueda pasar. Queremos hacerle
frente a las violencias que surgen de la imposición del modelo
extractivista”, apuntó Ángela Cuenca.
Por su parte, Gabriela Ruales de
Ecuador, integrante de Yasunidos, subrayó el hecho del reconocimiento
mutuo que generó la experiencia: no solo en las problemáticas comunes a
distintas regiones y países, sino también en las formas de organización y
de lucha.
Berta Cáceres destacó los esfuerzos que hacen las
mujeres en nuestro país: “siendo de otros lugares, vemos en los procesos
de resistencia, de lucha por la vida que tienen las mujeres colombianas
un aprendizaje impresionante, una fuerza, una energía y una claridad,
una convicción de defender sus territorios; hemos sido testigas de la
criminalización que se hace contra ellas, de cómo hay también impunidad y
que, incluso, las mismas transnacionales que han hecho desastres en
Centro América, como la Pacific Rim o a Goldcorp, están aquí”.
Fruto del encuentro fue emitido un comunicado
en el cual se recuerda que los espacios de participación para las
mujeres para decidir sobre su territorio han sido ganados a raíz de su
lucha cotidiana y perseverante por ser reconocidas como sujetos
políticos, capaces de liderar procesos, organizaciones y construir
alianzas. “Queremos que nuestras voces sean tomadas en cuenta en
nuestras comunidades y en espacios de interlocución con las
instituciones estatales, sin que nuestras capacidades y demandas sean
subestimadas por el hecho de ser mujeres”.
El documento también señala que la categoría
“territorio cuerpo-tierra” permite entender la defensa de la vida y del
territorio de una manera integral, pues no es posible concebir una vida
digna en las comunidades mientras se sigan violentando los cuerpos de
las mujeres. Concluye, así, el mensaje: “Ponemos la vida en el centro,
reinventamos las formas de manifestarnos y comunicar nuestras
propuestas, replanteando así la forma en que pensamos y hacemos
política. Por esto, afirmamos que la lucha por la defensa del territorio
se ha convertido en una apuesta por la participación amplia y realmente
democrática, por construir entre todas y todos el mundo que queremos,
donde nuestros derechos y los de la naturaleza se garanticen en la
práctica”.
http://www.fondoaccionurgente.org.co/#!territorioadefender/c13zr
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